“Cierren los ojos un instante y piensen si alguna vez han contemplado la posibilidad de asesinar a alguien. ¿Saben cuántas personas en promedio, han pensado, han contemplado la posibilidad de asesinar a alguien? Más de un 90% de los hombres y un 84% de las mujeres”. Eduard Punset en la entrevista a David Buss[1]
Quizás nos hemos olvidado de lo peligrosa que era la vida en otros momentos de nuestro pasado, o quizás la memoria cultural ha blanqueado nuestros recuerdos hasta borrarlos. La violencia, la crueldad, la brutalidad y el asesinato han convivido a diario con nuestros antepasados en guerras, genocidios, ejecuciones públicas, caza de brujas, sacrificios rituales y muertes institucionales.
Como ejemplo, el símbolo emblemático del Imperio Romano. En el Coliseum murieron miles de personas ante una enfebrecida audiencia que consumía en masa autentica crueldad: mujeres desnudas violadas ante el vitoreo del público, hombres y mujeres atados que servían de alimento a animales hambrientos, prisioneros que luchaban a muerte para sobrevivir, mutilaciones en directo, o la representación de relatos mitológicos como el de Prometeo en el que un hombre era encadenado y un águila adiestrada le arrancaba el hígado. Pan y circo.
Siglos después llegó la tortura institucionalizada a herejes y la quema de miles de mujeres acusadas de brujería en Europa entre 1450 y 1650. Un momento de nuestra historia en el que el brazo eclesiástico y las supersticiones ancestrales acabaron, de nuevo, con la vida de millones de personas inocentes. Son solo dos ejemplos, de la ferocidad de nuestro pasado.
En el pasado, la capacidad de matar de la que nos ha dotado nuestra naturaleza fue una herramienta para nuestra supervivencia y, en el presente, seguimos matando por muy diferentes motivos y el trabajo del criminólogo es seguir investigando el porqué. ¿Acaso todos nosotros nacemos siendo asesinos potenciales, estando esa capacidad latente y siendo inherente a nuestra propia humanidad? o, por el contrario ¿las experiencias vividas, los traumas y trastornos mentales que marcan nuestras vivencias convierten a algunos sujetos en asesinos?
Teoría de la respuesta homicida: el homicidio como estrategia de supervivencia
“En la fría y calculadora lógica de la evolución, a veces matar es ventajoso”. David Buss
La crueldad y la venganza, son propias de nuestra humanidad, y se relacionan con los instintos heredados de nuestros antepasados[2], es decir, ejercitar la violencia para luchar por la supervivencia, por la defensa del territorio o por la familia. Pero además el hombre mata por placer y a sangre fría, y esto nada tiene que ver con su instinto, sino con su decisión racional de matar en busca de determinados intereses. Aunque suene extraño, matar es una capacidad esencial de nuestra condición humana. No todos actuamos del mismo modo, pero tenemos que asumir que somos capaces de causar la muerte a otros por muy diferentes motivos, en determinadas circunstancias o en contextos fuera de lo habitual. Sin embargo, aunque todos tengamos esta capacidad, no todos podríamos cometer un asesinato. Una cosa es matar y otra es asesinar, ya que esto supone matar de una determinada manera.
David Buss, hizo un experimento en una de sus clases con 30 estudiantes universitarios. Les preguntó directamente si habían pensado en alguna ocasión, en matar a otra persona. La gran mayoría respondió que sí. Y lo que más le sorprendió fue la intensidad de las fantasías homicidas de sus alumnos.
Buss[3] defiende que durante millones de años el homicidio ha sido un instrumento funcional. Ha servido para resolver diferentes problemas de carácter adaptativo del sujeto, con su entorno y con otros individuos como evitar la muerte del propio asesino, hacer desaparecer a rivales (y de este modo a su posible descendencia), la obtención de recursos, como respuesta ante una amenaza, para mantener su reproducción, proteger su territorio y sus recursos, y, finalmente para conservar su estatus de reconocimiento social.
Durante gran parte de la historia, hemos vivido en pequeños grupos jerarquizados en los que todos los humanos se conocían y en los que cada sujeto ocupaba su lugar. El estatus era importante, sobre todo para los hombres, de modo que si perdían la confianza y el respeto del resto de los miembros de su grupo, estos aparecían ante los demás como sujetos débiles. Esto suponía un peligro para ellos a la hora de obtener recursos o una pareja, es decir peligraba su supervivencia y su reproducción.
En las sociedades paleolíticas el bien raíz era la mujer, ya que era necesario que nacieran 3 niñas por cada mujer fértil, porque de estos nacimientos dependía la supervivencia del grupo[4]. En estos grupos había de 50 a 200 sujetos y su vida media era de 20 años[5]. En el Neolítico, el bien raíz era la tierra y los grupos ya estaban formados por miles de individuos, que defendían su territorio y sus recursos.
Ya en 2005[6] Buss afirmó que nuestra especie ha desarrollado a través de la evolución, potentes adaptaciones psicológicas que facilitan el comportamiento homicida para obtener determinados fines. Así, el homicidio no solo es una estrategia que nos ha permitido sobrevivir, sino que además nos ha permitido evolucionar, siendo una respuesta adaptativa, eso sí: solamente bajo determinadas circunstancias. No estamos ante una teoría que defienda el homicidio, ni el hecho de que tengamos un impulso agresivo por el debamos guiarnos. Se trata de verlo desde el punto de vista de la psicología evolucionista buscando los orígenes de la conducta violenta del ser humano. No olvidemos que en la activación de una respuesta homicida o en su inhibición, juegan un papel protagonista, el entorno, la crianza, determinados rasgos de la personalidad e incluso determinadas consideraciones neurológicas.
Buss afirma que hay dos condiciones que hacen que el hombre recurra al homicidio como táctica evolutiva. La primera, en el caso de la pérdida o amenaza de su pareja sexual y la segunda ante la desvalorización de su estatus dentro de un grupo social, como consecuencia de determinadas humillaciones públicas. Así, el hombre percibe el abandono por parte de su pareja como un triunfo por parte de su enemigo y una humillación que le lleva a degradar su estatus social. Sin embargo, en el caso de las mujeres, el homicidio tiene una función instrumental y práctica: lo más habitual es el infanticidio y también es una respuesta a su adaptación evolutiva. La escasez de recursos impiden que pueda mantener a su descendencia y en determinadas ocasiones la progenie la impide obtener recursos más óptimos, siendo el homicidio su única salida.
En el siglo XVII Hobbes ya consideró estos aspectos, incorporados en nuestro proceso evolutivo:
“Así pues, encontramos tres causas principales de riña en la naturaleza del hombre. Primero, competición; segundo, inseguridad; tercero, gloria. El primero hace que los hombres invadan por ganancia; el segundo, por seguridad; y el tercero, por reputación. Los primeros usan de la violencia para hacerse dueños de las personas, esposas, hijos y ganado de otros hombres; los segundos para defenderlos; los terceros, por pequeñeces, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, y cualquier otro signo de subvaloración, ya sea directamente de su persona, o por reflejo en su prole, sus amigos, su nación, su profesión o su nombre”. Thomas Hobbes. Leviatán, Capítulo XIII (1651).
[1] Redes, número 28, temporada 13. Nuestro instinto asesino.
[2] Encinas, M.R (2009). Estudio antropológico del comportamiento ante la muerte. Humanidad e inhumanidad. Cauriensia, Vol. IV, pp. 293-328. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3082591.
[3] Psicólogo y sociólogo, miembro de la American Psychology Association (APA), postula que el homicidio es una respuesta adaptativa de nuestra especie. El ser humano ante las mismas pasiones y los mismos impulsos reacciona casi de modo invariable a lo largo de la historia.
[4] Choza, J. (2010). Antropología del crimen. Thémata: Revista de filosofía, Nº 43, pp. 121-135. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3306419.
[5] Jay, P. (2002). La riqueza del hombre. Una historia económica de la humanidad. Capítulo 1. Barcelona: Crítica.
[6] Su Teoría de la Adaptación Homicida publicada por primera vez en 2005, fue actualizada posteriormente en 2011 junto a Joshua Duntley.
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