“Los villanos pasan por encima de las normas morales y de las leyes que nos atan a la vida diaria, y nos permiten vivir en la ficción las experiencias de transgresión que jamás nos atreveremos a vivir en la vida real. Mientras ellos son condenados en la pantalla, nosotros disfrutamos secretamente de su inclinación por el mal.» Sara Martín
Gran parte del conocimiento que tenemos acerca de este tipo de asesinos múltiples nos llega a través del cine, la literatura y ahora, de la mano de series de televisión como Dexter, Hannibal, The Following, True Detective, La caza, Slasher, El Alienista, Deep Water, La Mantis, Mindhunter, etc. Mucha de la información que nos llega, suele ser inexacta o incluso ficticia, de modo que si además la unimos a la idiosincrasia de los asesinatos seriales, todo ello da lugar a una serie de mitos y conceptos erróneos sobre este tipo de criminal, llegando en algunos casos a despertar en los espectadores y lectores una especie de fascinación e incluso de admiración por la ambigüedad que presentan: su lado seductor y su faceta criminal.
Desde sus inicios en 1895, el cine ha sido un reflejo de la realidad de cada momento pero también un escenario que ha mostrado personajes fantásticos, mundos imaginarios e historias reales y de ficción capaces de conmovernos o de aterrorizarnos. Los protagonistas de estas historias, han ido evolucionando continuamente siguiendo corrientes sociales, modas cinematográficas o éxitos literarios y desde hace ya varias décadas la figura del asesino en serie en el cine (psicópata y psicótico) es uno de los mayores reclamos de audiencia. Debido a la proliferación de este tipo de asesinos en la vida real, este fenómeno criminal pasó a la ficción, en un intento de explicar porque actúan de ese modo. Aproximadamente desde la década de los 90[1], las películas sobre asesinos en serie psicópatas, sujetos que matan sin ningún tipo de remordimiento y en apariencia sin ningún motivo, atraen a millones de espectadores a las salas de cine. Lo cierto, es que sí, están ahí fuera y muchos pasan desapercibidos e infundan en nosotros la misma cantidad de miedo que de curiosidad.
En determinados casos resultan atractivos por su inteligencia, su carisma, su profesión, o su elegancia, como es el caso de Hannibal Lecter, quizás el psicópata criminal más conocido del cine y de la literatura, a la vez que uno de los más mitificados e irreales. Los asesinos múltiples sistemáticos de ficción se aprovechan de nuestra curiosidad (y a veces de nuestra cantidad de morbo) ya que queremos saber por qué hacen lo que hacen, queremos intentar comprender por qué actúan de ese modo. Santaularia en su libro El Monstruo Humano: una introducción a la ficción de los asesinos en serie (2009) señala que “aunque sus actos son inmorales, son personajes que viven según su propia ley y, por lo tanto, son atractivos en tanto en cuánto nos permiten, al menos de forma vicaria, vivir al límite” (p. 183). Estos asesinos nos fascinan porque alimentan nuestro morbo, nuestros miedos, aquello que está prohibido siendo la representación del mal, pero nos sentimos seguros sabiendo que solo se trata de personajes de ficción. Aunque quizás, la verdadera razón por la que nos llegan a fascinar, es porque sabemos que no somos como ellos y son incomprensibles para nosotros.
La sociedad los ha elevado a la categoría de personajes célebres llegando a protagonizar programas de televisión, películas basadas en su carrera criminal, documentales, enciclopedias, canciones[2], cientos de libros (incluidos los True crime[3]) e infinidad de blogs y páginas webs. Hay clubs de fans de determinados asesinos, pequeños negocios de merchandising que venden sus objetos personales, aficionados a coleccionar objetos que les pertenecieron –murderabilia[4]-, colecciones de cromos, etc. Tras los asesinatos de David Berkowitz, “El hijo de Sam”, el edificio dónde había vivido fue visitado por cientos de personas que se llevaban picaportes, trozos de alfombra e incluso trozos de pintura de la puerta de su casa. En 1977, el Senado del estado de Nueva York, promulgó la ley Son of Sam Law[5], al saberse que Berkowitz planeaba vender su historia criminal. Esta ley se promulgó para evitar que los condenados por asesinato obtuvieran beneficios económicos vinculados a sus crímenes a través de biografías, libros o películas.
En España, el 29 de febrero 1996 Francisco García Escalero, “El mendigo asesino” confesaba ante las cámaras de Antena 3 en el programa de Jesús Quintero Cuerda de Presos[6], que él era el que había roto los nichos y desenterrado los cadáveres. Confesó que sentía una irresistible atracción por la muerte y los cementerios. Con esta entrevista, el programa batió su propio record de audiencia: 1.867.000 espectadores, el 27,4% de la audiencia total de las cadenas españolas.
Lo cierto es que el interés por el crimen y en particular por los asesinos en serie es algo que siempre ha estado presente en la cultura popular. Recordemos a Jack El Destripador. Ha sido inmortalizado en novelas, películas, ilustraciones artísticas, comics y series de televisión[7]. Incluso existen visitas guiadas a los escenarios donde cometió sus crímenes al este de Londres, a las que asisten muchos curiosos. Hasta el 25 de septiembre de 2015, que fue cerrado, se podía visitar el National Museum of Crime & Punishment, de Washington DC, donde estaba expuesto el coche de Ted Bundy o algunos trajes de Gacy o Pogo, “El payaso asesino” o el actual Museo del crimen de Scotland Yard, en Londres, aún abierto, aunque no para todo el público.
La sobrerrepresentación de estos agresores y el erróneo estereotipo mediático –aunque muy lucrativo- han extendido una serie de mitos sobre esta realidad criminal, que han sido interiorizados por la mayoría de la sociedad. El asesinato serial se puso de moda en el cine de los 80, fascinando a unos, aterrorizando a otros e incluso llegando a despertar en algunos una inquietud intelectual que intentaba comprender sus actos criminales, pero podemos afirmar que no ha dejado indiferente a nadie. Estoy convencida, que el interés por esos sujetos aumentó en gran medida tras el estreno de películas como El silencio de los corderos (1991) Seven (1995), y Copicat (1995). Considero que el cine, más que la literatura, ha aportado una creíble desinformación al fenómeno de los homicidas sistemáticos, mitificando a este tipo de delincuente violento hasta convertirlo en un fenómeno de masas que siguen miles de personas, a pesar de que la mayoría de ellos son simplemente un producto que nos venden.
[1] En la década de los ochenta se produjeron 23 películas sobre asesinos en serie, y en los noventa 54. Los espectadores de todo el mundo han visto en la gran pantalla a un hombre blanco, de entre treinta y cuarenta años, con móviles sexuales desviados que normalmente matan a sus víctimas a través de un elaborado ritual.
[2] Morrissey (The Smiths), compuso la canción Suffer the Little Children (1984) inspirada en los asesinatos de Ian Brady y Myra Hindley, una canción en la que las víctimas lloran desde sus tumbas: «Oh, find me…find me, nothing more/ We are on a sullen misty moor.”
[3] Género negro de NO FICCIÓN, que ahonda en un crimen real, desde todas sus perspectivas.
[4] En la página https://www.supernaught.com, se puede comprar desde una postal navideña dibujada por Dorothea Puente a una carta manuscrita de Ted Bundy el 8/11/1984.
[5] Son of Sam law. (n.d.) West’s Encyclopedia of American Law, edition 2. (2008). Consultada el 23 de noviembre de 2017 en https://legal-dictionary.thefreedictionary.com/Son+of+Sam+law
[6] https://www.youtube.com/watch?v=Z6NktfUzmxI
[7] Los canales Crimen e Investigación e Historia, han estrenado la serie documental “El Destripador” que trata de encontrar la conexión entre dos célebres asesinos en serie. Se ha comenzado a emitir en España en 17 de septiembre de 2017.
© Paz Velasco de la Fuente – criminal-mente 2019
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