INTRODUCCIÓN.
El veneno es el procedimiento más insidioso para matar ya que implica una gran premeditación y su uso con fines criminales siempre ha ido por delante de la investigación y de la ciencia. Nuestra historia está repleta de muertes por envenenamiento de personajes ilustres y de envenenadores (algunos también muy célebres) que utilizaron el veneno para eliminar rivales políticos, amantes, esposos e incluso Papas. No olvidemos tampoco los famosos envenenamientos literarios como el de Emma Bovary, protagonista de la novela de Gustave Flaubert “Madame Bovary”, quien decide envenenarse con arsénico[1], la inigualable novela histórica detectivesca “El nombre de la Rosa” donde Jorge de Burgos lo utiliza de manera sublime o el cuento infantil Blacanieves. Las dificultades para demostrar que una persona había sido envenenada, explica por qué se utilizó tanto este método ya que la mayoría de las muertes por envenenamiento se achacaban a enfermedades que mostraban un cuadro clínico muy similar, de modo que los envenenadores disfrutaban de una impunidad sorprendente, lo que hizo que se abusara de este modus operandi. Una manera simple pero cruel de averiguarlo, era dar de comer a un animal lo mismo que había comido la víctima o bien utilizar a los catavenenos[2] profesionales. Los venenos que más se han utilizado en el crimen son aquellos de fácil accesibilidad, eficaces, que se pueden utilizar sin levantar sospechas, que reproduzca un cuadro clínico semejante al de una enfermedad y sobre todo que no dejen rastro en el cuerpo de la víctima.
Sin duda alguna Roma y la Italia renacentista son el paradigma del “asesinato” por envenenamiento, estando esta arma letal al servicio de las clases altas y de la nobleza. El imperio y los patricios disponían de sus propios envenenadores profesionales los cuales estaban a su servicio para acatar sus peticiones. Se abusó tanto de esta práctica criminal que se terminó promulgando la “Lex Cornelia” que castigaba a aquellos que habían utilizado el veneno como arma homicida. En el Renacimiento (Borgia, Medicis) se crean pócimas y compuestos nuevos que son letales (Acqua di Peruzzia, Acqua di Toffana, Cantarella) y se esconden en perfumes, copas de licor, guantes, vestidos, anillos, flores, convirtiendo sencillos objetos en instrumentos mortales para las víctimas.
Es en el siglo XIX cuando el veneno se “democratiza” y llega a ser utilizado por todas las clases sociales, siendo el más común el arsénico, camuflado como remedio contra las epidemias del cólera. Fue la época dorada de las envenenadoras ya que ellas elaboraban las comidas introduciendo esta sustancia en los alimentos. Sin embargo en 1840 todo cambio y la toxicología forense subió al estrado por primera vez en la historia, pudiendo así detectar el veneno en el cuerpo y declarando culpables a estas mujeres de asesinato.
NACIMIENTO DE LA TOXICOLOGÍA COMO CIENCIA FORENSE.
En septiembre de 1840, un grupo de médicos y el Juez de Paz seguidos por una multitud de curiosos, acudieron a la tumba de Charles Lafarge para recoger muestras del cadáver y llevarlas al tribunal de Tulle, donde se estaba juzgando a Madame Lafarge, acusada de haber asesinado a su marido sirviéndole arsénico en la comida y en la bebida.
Charles Lafarge, tras una larga agonía y semanas con náuseas y vómitos muere en su cama el 14 de enero de 1840. En el certificado de defunción consta que la muerte se ha producido a causa del cólera, enfermedad muy corriente en aquella época y con los mismos síntomas. Sin embargo una tercera persona observó una conducta sospechosa en su esposa, Marie Lafarge de 24 años de edad, al verla añadir una especie de polvos a una de las bebidas que preparó a su marido. Guardó parte de los restos de esta bebida y así dio comienzo la investigación criminal. Llevaron los restos a los doctores los cuales analizaron los restos de la bebida con una técnica muy rudimentaria en aquella época, para detectar un veneno en concreto: el arsénico. Mezclaron estos restos con acido clorhídrico y acido sulfúrico y calentaron dicha mezcla. Si desprendía olor a ajo es que en los restos había arsénico. Así el olor ajo fue suficiente para detener a Madame Lafarge, siendo acusada del asesinato de su esposo por envenenamiento con arsénico. Sin embargo, los fiscales se encontraron con un problema: tenían muchas pruebas circunstanciales, pero ninguna prueba sólida.
Incluso hoy en día, la única manera de saber si alguien ha sido envenenado es encontrando el veneno en el cuerpo, ya que no hay ninguna manera de relacionar el veneno con el asesino. El fiscal necesitaba hallar un método fiable para demostrar que sí había veneno en el cuerpo de Charles Lafarge, a pesar de que todo apuntaba a que Madame Lafarge era culpable. Para ello utilizaron el test de Marsh (1794-1846), test que permitía detectar el arsénico. Esta prueba causó un gran revuelo en la comunidad científica, y el tribunal no dejaba de preguntarse si con este método se podría demostrar que Marie Lafarge había asesinado a su marido.
Este fue un caso de gran relevancia ya que fue la primera vez que se lograron dos objetivos: detectar el veneno en el cuerpo de la víctima y determinar que cantidad había sido administrada para matar a una persona. Dos químicos instalaron el laboratorio en la sala del tribunal en Tulle, puesto que para tener credibilidad debía realizarse a la vista de todos. Nunca antes se había hecho una prueba de envenenamiento ante un tribunal. Los químicos tenían un trozo de estómago del fallecido extraído durante su autopsia. Si había ingerido arsénico, la pared de su estómago lo demostraría. Sin embargo, tras hacer el experimento con diferentes ácidos, llegan a la conclusión de que no había restos de arsénico. Inmediatamente el fiscal consideró que los químicos habían cometido un error al hacer la prueba. El fiscal hizo la siguiente pregunta a los químicos: ¿se ha analizado el ponche de huevo o los restos de comida que Marie Lafarge daba a su marido? Estos contestaron que si y dijeron que habían encontrado arsénico suficiente para matar a diez personas de modo que los alimentos que ingería sí contenían arsénico, pero al parecer no había restos de arsénico en su cuerpo.
Tanto el fiscal como el juez consideraron que para solucionar definitivamente el caso se llamara al mayor experto en aquel momento para que volviera a realizar dicho test: el Dr. Mateu Orfila[3] (1787-1853). No era consciente de que el test que iba a realizar seria pionero de una nueva rama de las ciencias forenses. Lo primero que hizo fue revisar todo lo que habían hecho con anterioridad y llegó a la conclusión de que el test se había practicado de manera errónea, afirmando en declaración jurada ante el tribunal que todo lo que se había hecho hasta ese momento era inútil.
En 1840 no existía nada parecido a la toxicología forense y en esa época, al igual que hoy en día, los resultados de las pruebas son tan fiables como lo son las personas que los llevan a cabo. Llegado a este punto tanto la fiscalía como la defensa están de acuerdo en realizar un segundo test. El juez ordenó la exhumación del cadáver de Charles Lafarge. Habían pasado casi 9 meses desde su muerte, de modo que el cuerpo estaba muy deteriorado. Llevaron al tribunal algunas muestras que tomaron de los órganos, para que el público observara los procedimientos a seguir en la propia sala del juicio. Orfila trabajo de modo metódico: tomó todos los elementos del caso, analizó cada uno de ellos con sumo cuidado no dando nada por sentado, puesto que su trabajo consistía en obtener resultados científicos.
La primera vez que se aplicó el test de Marsh los químicos solo analizaron una parte del estómago. Sin embargo Orfila se preguntó si quizás el arsénico no estaría repartido en diversas partes del cuerpo: hígado, intestinos o cerebro. Fue analizando metódicamente todo el cuerpo, poco a poco hasta que fue deduciendo donde podía estar el veneno. Después de varias horas trabajando a la vista de todos, anuncia que ha encontrado arsénico metálico en todos los órganos de Lafarge, hasta en el cerebro donde había encontrado grandes cantidades así como en todo el sistema digestivo. El veneno había sido ingerido. Con esta prueba Madame Lafarge fue declarada culpable y por primera vez en la historia se condena a alguien gracias a la toxicología forense al demostrar que si había envenenado a su marido. El fiscal destacó durante su alegato que “por fortuna, la investigación de los casos de envenenamiento ha contado en los últimos tiempos con la revolucionaria ayuda de la química. Tal vez la acusada no estaría ante este tribunal si la ciencia, casi milagrosamente, no hubiese dado con la posibilidad de descubrir el veneno en lugares hasta hoy ocultos para nosotros: en las mismas víctimas, en los cadáveres”.
El Dr. Mateu Orfila propició la introducción de los análisis científicos como prueba en los juicios y se ha ganado el apodo de “padre” de la toxicología forense. Así el caso Lafarge allanó el terreno para que la toxicología forense se convirtiera en una herramienta de las investigaciones criminales.
Actualmente la toxicología forense es la rama de la toxicología que estudia los métodos de investigación médico-legal en los casos de envenenamiento y muerte. Un toxicólogo forense debe considerar el contexto de la investigación, particularmente cualquier síntoma físico que se haya presentado, y cualquier otro tipo de evidencia recolectado en la escena del crimen que pueda ayudar al esclarecimiento del mismo, tales como recipientes con medicamentos, polvos, residuos y otras sustancias químicas disponibles. Con dicha información y con las muestras de evidencia, el toxicólogo forense debe entonces determinar que sustancias tóxicas están presentes en ellas, bajo que concentraciones, y cual serían los efectos de dichas sustancias en el organismo humano.
Procesos como este son los que han hecho estudiar cuestiones como la admisibilidad de nuevas técnicas periciales, las relaciones entre pruebas judiciales y pruebas científicas, las controversias entre diferentes expertos y su aplicación en la credibilidad de las ciencias forenses. No debemos olvidar que en función de la dosis, una misma sustancia puede curar o matar, de modo que dicha sustancia tiene poder sobre la vida y sobre la muerte. Ese es su verdadero poder. Probablemente el veneno es el arma más perfecta de la historia hasta el nacimiento de la toxicología, momento en el que dejó de ser el crimen perfecto.
BIBLIOGRAFÍA:
- Bertomeu Sánchez, J.R. La verdad sobre el caso Lafarge. Investigación y ciencia.es. Agosto 2012.
- Jürgen Thorwald. El siglo de la investigación criminal. Editorial Labor, S.A. Barcelona, 1966.
- Pelta, R. El veneno en la Historia. Espasa Calpe S.A, Madrid. 2000. página 167 a 173.
- Rosemberg, R. Sabores que matan: comidas, bebidas en el género negro-criminal. Editorial Paidos Ibérica. Barcelona, 2007.
- Repetto Jiménez, M y Repetto Kuhn, G. Toxicología fundamental. Ediciones Díaz Santos, 4ª edición. 2009. Capítulo 1.
[1] El más utilizado como veneno ha sido el trióxido de arsénico, ya que no tiene sabor ni olor pudiendo ser mezclado fácilmente con bebidas y comidas, siendo la dosis mortal de 120mg (2mg por kilo de peso). Es un veneno que se absorbe por todas las vías principalmente la digestiva y se acumula en cabellos y uñas eliminándose muy lentamente. Los efectos de este veneno son problemas gastrointestinales (vómitos y fuertes diarreas), cardiovasculares y disfunciones en el sistema nervioso. Hicieron uso de él los Borgia (Cantarella, mezcla de arsénico y vísceras de cerdo putrefactas), Marie Besnard (13 posibles víctimas), la marquesa de Brinvilliers, Angeles Mancisidor, etc. A partir de 1836, momento en el que Marcsh descubrió un método para detectarlo, fue utilizándose menos.
[2] Respecto a los catavenenos podéis leer un magnífico libro de Peter Elbling, El catavenenos, que narra las peripecias de un catador de venenos en la Italia renacentista.
[3] Orfila estudió durante mucho tiempo el veneno, como identificarlo y ya conocía el test de Marsh. Con 24 años escribió su primer tratado de toxicología química y en el momento del juicio había escrito 3 libros más sobre el tema.
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